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Carta desde Cartagena de Indias. Colombia
Esta vez os escribo desde Cartagena de Indias. Una de las grandes ciudades intermedias con más de 3 millones de habitantes, donde destaca el puerto de mercancías como una de las grandes puertas del comercio internacional y el turismo.
Cartagena es mundialmente conocida por su ciudad amurallada, patrimonio cultural y humanidad mundial por la UNESCO, un collage poli cromático de casas señoriales de no más de dos pisos colocadas dentro de las murallas construidas entre el 1600 y 1876. Sus dos períodos históricos están enmarcados arquitectónicamente en dos tipologías de casas, las coloniales, construidas hasta su independencia en 1811 y las republicanas, fruto de este hecho. Las variedades son mínimas, una balaustrada que ahora está hecha de hormigón y unos portales de acceso a las casas rematados con bisagra que nos recuerda la arquitectura griega o romana. Esto no es más que una manera de enmarcar socialmente y arquitectónica la nueva situación de independencia, motivos que transmiten una fuerza y poder incluso desafiante ante la mirada de aquellos que piensen su reconquista.
La historia de Cartagena se puede resumir de una manera muy interesante en no más de 40 minutos y sobre un carruaje de época recorriendo las calles del casco antiguo mirando los edificios bajo la batuta del conductor hecho profesor de historia para la ocasión. Es un paseo arquitectónico muy interesante y cómodo, donde repentinamente nos podemos sentir sorprendidos ante la increíble historia que esconde una casa o edificio sin ningún misterio ni nada que el realce y que de otro modo pasaría al anonimato.
La aparente homogeneidad de las fachadas de las casas de la ciudad amurallada plantadas bajo una retícula urbana bastante regular hace que nos desorientamos con bastante facilidad. Esto sobre todo nos pasa a nosotros, los arquitectos, que vamos embobados mirando cada detalle, por pequeño que sea, deseando encontrar una puerta o ventana abierta para satisfacer nuestra curiosidad y descubrir qué queda escondido detrás de una arquitectura popular que se caracteriza por su profundidad y su patio interior. A la vez no deja de impactar el contraste entre los hoteles boutique o casas de alquiler de lujo conviviendo puerta a puerta con casas donde la pobreza se escribe con mayúsculas.
En el otro extremo, y no por ello menos interesante, nos encontramos con los barrios de Bocagrande y Castillogrande, inundados con pequeños rascacielos de más de 40 pisos que nos trasladan en un abrir y cerrar de ojos en el frente marítimo de Miami Beach. El primer barrio, donde sus playas se abren al mar caribe, destaca por una primera línea de grandes hoteles y apartamentos, separados de la arena por una calle y una acera que invitan a salir e ir directamente a pisar la playa. Se echa de menos un paseo marítimo que potencie la circulación de la gente que llegue hasta aquí y arregle un poco todo este pequeño desorden. Justo detrás en paralelo, encontramos la calle comercial, donde se mezcla de todo, para todos los gustos y costumbres, lo que no deja de ser interesante para nosotros que estamos acostumbrados a la orden y sentido común. En cuanto a Castillogrande encontramos la misma configuración, con la diferencia que no hay hoteles y está habitado por la gente con más recursos de Cartagena y del país. Esta parte tiene dos frentes marítimos separados por no más de 200m, uno con la playa más bonita que la de Bocagrande, y un bonito paseo dando al puerto y en Bocachica, una bahía que hacía de protección natural en la ciudad amurallada de los ataques marítimos.
Otra cosa que me ha sorprendido bastante de esta ciudad es el contraste tan radical entre la zona amurallada y la de los rascacielos, enviando mensajes tan diferentes cada uno de ellos. Me gusta ver cómo pueden convivir dos arquitecturas tanto dispares, un contraste que resalta a la otra, con respecto a pesar de todo el ruido arquitectónico e histórico, como lo hace de una manera más individual el MACBA de Meier en el casco antiguo de Barcelona.
Pau Nuñez Casamor, arquitecto. Corresponsal del COAC en Bogotá, Colombia. junio 2017