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Los héroes discretos en Belgrado

© Branko Sekulić

En los últimos años se han ido haciendo intervenciones en la restauración y conservación de Kalemegdan, el complejo o parque cultural-histórico, que forman la fortaleza de la ciudad antigua de Belgrado y los campos a su alrededor. Estas intervenciones tienen algo especial, que no están hechas para llamar la atención. Ni deciden ser piedras angulares que cambiarán el destino del desarrollo. Ni pretenden aprovechar la oportunidad para dejar marca. No se enfadan si no las notamos. Y, generalmente, no las notamos, porque no molestan. No son criticables, porque parecen estar desde el origen de los tiempos. Son educadas, respetuosas, amables y generosas.

Como el objetivo de este texto no es hacer un análisis histórico, nombraré los datos más esenciales, para entender con más facilidad el contexto. La fortaleza data del siglo I D.C. y ha ido evolucionando bajo la cultura Romana, Bizantina, húngara, Serbia, austríaca y Otomana. Después de siglos de reconquistas de la fortificación, entre estas culturas, finalmente en 1867 empieza a perder su carácter militar y a partir de 1869 comienza a convertirse en parque cultural-histórico serbio. (Es fácil encontrar información histórica abundante y precisa, para los más interesados.)

A partir de aquí, la fortaleza sufrió grandes destrozos durante los bombardeos de la I Guerra Mundial, cuando casi todos los edificios de su interior fueron destruidos y una gran parte de la muralla estuvo seriamente dañada.

En la II Guerra Mundial, la fortaleza fue tomada por las fuerzas de ocupación alemanas, hasta 1944, cuando se alojó el ejército de liberación de Yugoslavia, que abandonó el Kalemegdan en 1946, ya partir de entonces todo el espacio de la fortaleza y de los campos, pasó a estar bajo la protección del estado.

(Por cierto, Kalemegdan proviene de las palabras turcas "Kale" (fortaleza) y "Mejdan" (campo de batalla). Los turcos también lo llamaban "ficha-Bajirs" que quiere decir "cerro para pensar".)

Hace unos 20 años, el Kalemegdan era un lugar un poco oscuro. Por la noche no era demasiado agradable pasear y muchos lugares se percibían bastante ruinosos. Era un parque-patrimonio de carácter diurno, donde a veces íbamos a jugar al fútbol, ​​o visitar el zoo y, antes de que oscureciera, quizás los más valientes se daban algún besito.

Últimamente paseo con frecuencia por Kalemegdan y sus alrededores, y desde hace un par de años, aunque he estado allí toda la vida, he empezado a notar que está, de alguna manera lo percibo como más majestuoso.

No se respira el aire de intervenciones de arquitectura contemporánea, ni tampoco chapuzas de algún arquitecto-político de turno. Se respiran buenas intenciones en cada pequeña intervención que, en conjunto, han dado como resultado un parque precioso, lleno de vida, contenidos y actividades variadas, pero en armonía, donde, por mucho que me haya paseado mil veces, siempre descubro algún recorrido nuevo y algo interesante.

Alguien supo exactamente dónde y cómo poner la iluminación, cada piedra y ladrillo, y algún que otro contenido, bien elegido, que despierta el interés del público. Todo esto sin violar mínimamente su piel original, y sin pretensiones de convertirlo en un monumento. Es una obra que se relaciona con la gente y que gana en valor viviéndola. Desde mi punto de vista, el Kalemegdan ha ganado, sutil y discretamente, un gran valor patrimonial, coronando la ciudad de Belgrado.

Es evidente que, a pesar de la complicada situación política actual, en nuestro país tenemos profesionales que hacen muy bien su trabajo, en silencio, desde la sombra y con pocos recursos. Sin embargo, los proyectos megalómanos ("Belgrado sobre el agua", por ejemplo) impulsados por los intereses de los partidos políticos, dirigen las vistas hacia el escenario más pomposo y prometedor.

Parece que, ante las inversiones privadas (y a menudo extranjeras), uno se ha de arrodillar, guardar en el cajón los estudios, análisis y planes urbanísticos desarrollados durante décadas, para ver como un proyecto nuevo va arrasándolo todo, incluso cambiando leyes de forma exprés para que se pueda ejecutar con más rapidez y sin cuestiones.

¿Qué me ha llevado a escribir sobre el Kalemegdan? En general, la vida política de este país siempre ha olido a corrupción. Por ello, las pocas veces que descubrimos alguna actividad positiva, es cuando podemos ver que aún hay gente que tiene buenas intenciones y que lo hace bien, pensando en el interés de todos. Mis intenciones son pues, hacer un tributo al buen trabajo realizado por la empresa pública para la conservación del Kalemegdan (beogradskatvrdjava.co.rs), cuya labor es de agradecer y da esperanzas.

Si tenéis la oportunidad de pasar por Belgrado, fijaos en aquello que no os llame la atención. Disfrutad de la gente amable y hospitalaria, y de algo de la herencia arquitectónica que todavía hemos sabido conservar.

Branko Sekulić. Corresponsal COAC en Belgrado, Serbia.

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