Hay algo casi cinematográfico al llegar a Frankfurt: desde el tren, desde el coche o desde el aire, los rascacielos aparecen como un telón de fondo, como si alguien los hubiera colocado allí expresamente para que uno entienda enseguida de qué va la ciudad. Esto no es Berlín, ni Hamburgo, ni Munich. Esto es Manhattan , el corazón financiero de Europa.
El perfil urbano de Frankfurt no es fruto del azar. Tras la Segunda Guerra Mundial, la ciudad quedó profundamente destruida. La ausencia de un centro histórico intacto favoreció una reconstrucción orientada hacia el futuro, donde la verticalidad se convirtió en un rasgo de identidad. Con la consolidación del Bundesbank, la posterior instalación del Banco Central Europeo y el establecimiento de numerosas entidades financieras internacionales, el crecimiento en altura pasó a ser una necesidad funcional y símbolo de poder económico.
Desde 2020, Frankfurt ha vivido un nuevo auge en la construcción de rascacielos, impulsado en parte por la reubicación de instituciones después del Brexit y el consiguiente aumento de la demanda inmobiliaria. Proyectos como FOUR Frankfurt, un conjunto de cuatro torres de uso mixto, o la Millennium Tower, que con sus 288 metros será el edificio más alto de Alemania una vez finalizado, ilustran esta tendencia. También destacan el Omniturm, con su singular torsión en la fachada, y el Eden Tower, que apuesta por una envolvente vegetal como gesto hacia la sostenibilidad.
Estos desarrollos se sitúan en zonas delimitadas como Bankenviertel, Gallus o Europaviertel, bajo una planificación urbana que regula alturas, usos y contraprestaciones sociales. El Ayuntamiento promueve la integración de vivienda asequible y espacios públicos en estos proyectos, aunque en la práctica su presencia suele ser más simbólica que sustancial frente a la prevalencia de los usos corporativos y residenciales de alto standing.
Desde una mirada crítica, no faltan voces que cuestionan a quién beneficia realmente a este modelo de ciudad en altura. Las nuevas torres se destinan mayoritariamente a oficinas Premium, hoteles y apartamentos de lujo, mientras que la vivienda asequible queda en segundo plano. A esto se añaden efectos urbanos como el incremento de zonas de sombra, alteraciones en la ventilación a pie de calle y la pérdida de vitalidad urbana fuera del horario laboral.
El concepto de “gentrificación en altura” resume bien una de las críticas más habituales: la exclusión ya no se produce sólo horizontalmente, desplazando las clases medias y bajas hacia la periferia, sino también verticalmente, alejándolas de los niveles más “deseables” del nuevo skyline.
En términos de sostenibilidad, muchos de estos edificios cuentan con certificaciones como LEED o DGNB, e incorporan soluciones energéticamente eficientes. sería si crecer hacia arriba siempre es la solución más eficiente, o sólo la más fotogénica.
La ciudad, mientras, se debate entre la imagen que proyecta y la experiencia cotidiana de sus habitantes. Para el visitante, el skyline es un icono moderno con cierto aire neoyorquino. Para el residente, puede representar tanto un orgullo urbano como una distancia social.
Frankfurt mira al cielo, pero la cuestión sigue siendo si ese horizonte en ascenso será compartido o seguirá reservado para unos pocos.
Carlos Vidal, arquitecto. Corresponsal del COAC en Frankfurt, Alemania, abril de 2025